20 feb 2011

Recuerdos de infancia

El otro día, por la tarde, estaba volviendo a casa y llovía. En ese momento me vino a la cabeza un poema de Machado que solía hacernos leer mi maestro de quinto y sexto de primaria:
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.

Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.

Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.

Y todo un coro infantil
va cantando la lección :
mil veces ciento, cien mil,
mil veces mil, un millón.

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Ese recuerdo me llevó inevitablemente a otro, y a otro. Mis maestros de primaria fueron los principales culpables (junto con mis padres) de que empezaran a gustarme la literatura y la escritura. Nos mandaban escribir historias y cuentos muy a menudo, y no eran pocos los libros que nos mandaban leer y los poemas que debíamos memorizar. En el último o el penúltimo curso tuve que memorizar El ciprés de Silos, de Gerardo Diego (mi profesor era de Santo Domingo de Silos, por eso nos insistió tanto). Todavía recuerdo una tarde con mi abuela, tratando de aprendérmelo para recitarlo en clase, como hace ahora mi prima cada vez que la veo cuando voy a darle clase de guitarra.
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
que acongojas el cielo con tu lanza.
Chorro que a las estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño,
flecha de fe, saeta de esperanza.
Hoy llegó a ti, riberas del Arlanza,
peregrina al azar, mi alma sin dueño.

Cuando te vi señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí de diluirme
y ascender como tú, vuelto en cristales,

como tú, negra torre de arduos filos,
ejemplo de delirios verticales,
mudo ciprés en el fervor de Silos.
A mi maestro le gustaban mucho los árboles y Castilla, y por eso nos mandó aprender también A un olmo seco, de Antonio Machado. Es curioso lo vívidos que aparecen esos recuerdos de mis primeros contactos con la literatura en mi memoria.

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