16 sept 2011

stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus

Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia. Jorge ha realizado una obra diabólica, porque era tal la lujuria con la que amaba su verdad, que se atrevió a todo con tal de destruir la mentira. Tenía miedo del segundo libro de Aristóteles, porque tal vez éste enseñase realmente a deformar el rostro de toda verdad, para que no nos convirtiésemos en esclavos de nuestros fantasmas. Quizá la tarea del que ama a los hombres consista en lograr que éstos se rían de la verdad, lograr que la verdad ría, porque la única verdad consiste en aprender a liberarnos de la insana pasión por la verdad.

Umberto Eco, El nombre de la rosa 


A lo largo de los días que he dedicado a la lectura de El nombre de la rosa, muchas frases y diálogos me han llamado la atención y me han invitado a reflexionar, pero he elegido estas palabras que Guillermo dirige a Adso casi al final de la novela porque me parecen, ciertamente, de lo mejor de este libro. Un libro que, como el mismo Guillermo hace notar a su pupilo sobre los libros en general, habla sobre muchos libros, aunque la trama gire en torno a uno en especial. El nombre de la rosa es, además de una novela policíaca que te tiene en vilo hasta el final (a pesar de que, como yo, ya conozcas la historia por la película), una especie de compendio de historia y filosofía medievales, un libro en el que se alternan narración y teoría. En un mismo capítulo los dos protagonistas avanzan en sus pesquisas, se cuenta algún episodio de los enfrentamientos entre franciscanos y papado sobre la pobreza de Cristo y hay una disquisición filosófica (o, quizás filosófico-teológica estaría mejor dicho) sobre el orden del mundo o la verdad, fin último no solo de la búsqueda filosófica, sino también de la histórica y la científica. Los protagonistas se mueven en un mundo en el que  se discuten los pensamientos de grandes personajes como Avicena, Averroes, Santo Tomás (y su demostración megaultrasuperguay de la existencia de Dios) o Guillermo de Ockham. Mi personaje favorito, Guillermo de Baskerville, es un franciscano con una manera un tanto singular de ver y el explicar el mundo (es casi, o sin casi, un humanista, pero de los antiguos, de esos que no solo sabían filosofía y latín, sino también matemáticas y medicina) para la época en la que se inscribe la historia (singular, pero verosímil, creo yo, y eso es lo importante en una novela). Creo que este personaje tiene su antagonista (aunque, como observa Adso hacia el final del libro, se trata de dos antagonistas que acaban casi admirándose) en el siniestro benedictino Jorge de Burgos, convencido de que el miedo es el único medio de que Dios y la Iglesia se hagan respetar y consigan emitir la verdad divina, y por ello asustado del (supuestamente) perdido segundo libro de la Poética de Aristóteles, que, según él, podría conseguir que la risa dejara de ser patrimonio y consuelo exclusivo de los simples, para pasar a serlo también de los cultivados; entonces el mundo estaría perdido. Precisamente es contra esto contra lo que se pronuncia Guillermo en el párrafo que citaba arriba, donde advierte a Adso sobre el peligro de los que, como el venerable Jorge, ostentan una excesiva pasión por la verdad. Sabe que la duda es la enemiga de la fe, y aún así duda en no pocas ocasiones. Creo que, si no he entendido mal, al final de la historia incluso llega a plantearse si existe de verdad un orden en el mundo (o sea, que se cuestiona si todo tiene un fin, si todo tiene un sitio en el perfecto plan de Dios). El séptimo día termina con una conversación entre los dos protagonistas en los que llegan a cuestionarse si no existe una forma de demostrar que Dios no existe, pero ésta queda, por desgracia (o por suerte para su fe) sin terminar. Son dos grandes personajes, también Adso, con su tremendo remordimiento y a la vez regocijo por su encuentro con la muchacha en la cocina, que le lleva a una serie de interesantes y apasionadas reflexiones sobre el amor, en las que parece darse cuenta de que no todo es como se lo han explicado (reflexiones que amplía la película en la escena en la que Adso habla de lo ocurrido con Guillermo: "Qué tranquila sería la vida sin amor, Adso... Qué tranquila, y qué insulsa.").

Otra cosa muy atractiva de esta novela es su nombre. El nombre de la rosa. Ya cuando vi la película me pregunté, como supongo que todo el mundo, por qué Eco eligió ese nombre. Al parecer, lo explica en las Apostillas al nombre de la rosa, obra que leeré en cuanto pueda. Pero antes de saber eso, formulé una hipótesis sobre el título del libro, la única, puesto que el resto de las que quiero hablar las he leído en diversos lugares de internet. A mí lo que se me ocurría, cuando al final de la película y cuando en el libro Adso dice que jamás supo ni sabrá el nombre del único amor terrenal de su vida, que la rosa puede ser la muchacha del corazón de buey. Es muy bella, como las rosas, y además la rosa es en muchos casos (si recuerdo bien mis clases de Historia del Arte) símbolo del amor, y también de lo femenino. En el artículo que Wikipedia dedica al libro (siempre leo la Wikipedia con cierto escepticismo, porque si bien es un sitio genial para encontrar fuentes donde investigar sobre el tema que te interese, sus artículos nunca van firmados y no sabes si el que lo ha escrito es un experto en la materia o alguien que no tiene ni idea), se citan las Apostillas, en las que al parecer Umberto Eco explica que el sentido del título es la carencia de significado de la rosa debida a la acumulación de los muchos significados que tiene (parece contradictorio, pero a la vez tiene sentido). Las últimas palabras del libro, que son las que dan título a esta entrada, no hacen sino añadirle más interés al misterio. Después de hacer una traducción un poco macarrónica (otra cosa buena que tiene El nombre de la rosa es que te obliga a practicar tu latín, si lo sabes, y a aprender algo, si no lo manejas), quedaba algo así como "queda del nombre de la primitiva rosa, solo nombres desnudos", lo cual no tiene mucho sentido, así que he buscado una traducción que no hiciera que me dolieran los oídos. Libremente, se podría traducir como "de la rosa solo nos queda el nombre", o "de la rosa solo queda el nombre desnudo", el nombre desnudo, la sustancia sin accidentes, la idea. Este verso está extraído de un poeta que escribió varios poemas sobre el tema del ubi sunt, como las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique. Puede ser que del laberinto (al que también puede parecerse una rosa), de todo el saber que encerraba la biblioteca, solo quede un recuerdo, o puede ser que de la belleza física de la rosa al final solo queda la idea, el nombre, y quizás eso podría enlazarse con la reflexión final de Guillermo sobre el desorden del mundo, donde no está la Verdad, sino muchas verdades, donde te tienes que inventar un orden que solo te sirve para llegar a tu objetivo y que luego tienes que tirar, como una escalera, sabiendo que bien podrías haber llegado con otra escalera, con otro orden. No hay una Verdad, sino muchas verdades, y por eso creo que Eco sugiere en las Apostillas que la última frase de su novela tiene posibles lecturas nominalistas (el nominalismo niega la existencia de los universales y afirma que solo existen los particulares, los accidentes de los que hablan Aristóteles y Guillermo de Baskerville). Pero no sé si todo esto tiene que ver con el nombre, o si me he perdido en mis reflexiones sobre lo que Umberto Eco nos expone en su novela, porque mis conocimientos de filosofía se reducen a lo que pudieron explicarme en dos cursos en el bachillerato y en lo que he indagado yo sola.

A parte de haber disfrutado, reflexionado y aprendido  con su lectura, El nombre de la rosa me ha llevado a un par de conclusiones más. La primera es que debo dedicarle más tiempo al latín, uno no puede ser historiador de la Edad Antigua o del Medievo sin manejar la que ha sido, primero, la lengua de uno de nuestros más importantes antepasados culturales (la cultura latina), y después, la principal lengua de transmisión de la cultura y el saber en Occidente hasta entrada la Edad Moderna. También debería retomar el griego. La segunda es que, aunque no sea creyente sino atea, como futura historiadora tengo que leer  y conocer la Biblia, por ser el libro de referencia de la cultura que ha sido mayoritaria y dominante en Occidente y el Mediterráneo desde hace casi dos mil años. Y, por supuesto, también debo leer y conocer el Corán. Y debería volver a un montón de lecturas filosóficas que tengo aparcadas desde hace tiempo, por placer pero también como deber de futura humanista. Adso ya estaría pidiendo a Dios que perdonara mi soberbia intelectual, como pide por la de su maestro.

Y así se acaba el descanso vacacional, y si la Musa quiere, escribiré a menudo.