5 jul 2011

El futuro ya no es lo que era: distopías

La semana pasada vi la película Hijos de los hombres. Esa misma noche se emitió el ¿último? programa de Buenafuente, que terminó con una parodia de Regreso al futuro en la que los protagonistas viajaban al año 2025 y veían a través de una tele abandonada el retrato de un mundo que podría ser el nuestro si seguimos por el mismo camino. Me pareció una curiosa coincidencia que dos historias que hablan sobre distopías se emitieran en la misma noche. Ambas dramáticas, pero una con una buena carga de humor (y también de mala leche e ironía). Hijos de los hombres, basada en la novela homónima de P. D. James, me recordó bastante a Fahrenheit 451 y 1984. Al leer la primera de las dos (la segunda todavía no he tenido el placer) y otras novelas que podrían considerarse distopías (como por ejemplo Las hijas de Tara, de Laura Gallego), siempre me he preguntado si en verdad la humanidad va camino de un futuro así. Uno de los inconvenientes (y de las ventajas) de hacerse mayor, o mejor dicho, de madurar, o aún mejor dicho, de ir adquiriendo una actitud crítica ante todo, es que aparecen ante tu mirada cosas en las que antes ni habrías reparado; o mejor dicho, te obligas a verlas. No es difícil advertir en la sociedad actual características que se parecen sospechosamente al mundo que mostraba Buenafuente en su parodia, en la que eran noticia las gilipolleces que los famosos ponían en su Twitter, en la que el bigote de Aznar ganaba las elecciones por mayoría absoluta y en la que el premio Nobel de literatura participaba en reality shows. Nuestra sociedad idolatra a personas cuya única ocupación parece ser explicar su vida privada en programas basura, vive sin pasión por nada en particular (en su mayoría) y es educada en unos mínimos que la hacen manejable por la clase política y económica (por suerte no toda está formada por borregos; la prueba de que existen ciudadanos conscientes y responsables la hemos vivido con mucha intensidad los dos últimos meses en España, el 15M. Pero, ¿es eso suficiente?). Sin embargo, la relativa cercanía de futuros sistemas totalitarios como los que describen Bradbury y Orwell en sus novelas se hicieron más tangibles para mí cuando leí El hombre unidimensional, de Herbert Marcuse, una de las plumas más brillantes de la sociología crítica. Marcuse pone de relieve una contradicción fundamental de las sociedades del siglo XX (aplicable también a la actual, a pesar de que el libro fue escrito en los cincuenta): vivimos en sociedades que, bajo una aparente y en realidad muy limitada libertad, demuestran tener en realidad un carácter en muchos aspectos totalitario. Como viene a decir, amargamente, Forges: en realidad somos libres, básicamente, para elegir si nos tima Vodafone, Orange o Movistar. Para rematar, el domingo leía, en el País Semanal, una entrevista con la escritora Juli Zeh (autora de una novela de ciencia ficción al parecer también bastante distópica) en la que dejaba pocas opciones al que quisiera escapar del orden social opresor (algo extremadamente difícil, según Marcuse, e incluso peligroso, como se pone de manifiesto, en Fahrenheit 451):
Bueno, si eres capaz de quedarte en casa, no navegar por Internet, no leer periódicos, no ver la televisión, no ir a trabajar y no tener hijos, entonces a lo mejor consigues escapar.
O eso o, según propone ella en su libro de forma bastante pesimista, el suicidio. Me parece bastante extremista, pero aún así no dejo de pensar ¿habrá realmente alguna manera de hacer entrar en razón al género humano y de cambiar las cosas?

El futuro ya no es lo que era.

P.D.: desde luego lo que no ayuda a la situación, como ya he escrito por aquí alguna vez, es el desprestigio de las humanidades, parte esencial del conocimiento humano y de la formación del pensamiento crítico (no solo en el caso de la filosofía, sino también de la historia y de otras disciplinas que estudian elementos del pasado, como el latín y el griego, porque no se puede comprender el presente sin conocer el pasado), que no es rentable según el limitado concepto de rentabilidad actual. Como dice Carlos García Gual en este genial artículo, la democracia (una de verdad) necesita de las humanidades.

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