22 jun 2011

Commutationes

El calor estival de Madrid no es de ayuda a la inspiración, sino más bien al contrario. Uno tiene la sensación de que se le derriten las neuronas y de que el cerebro se le cae a trozos. Ni la noche te da descanso, y cuando corre el aire, parece que este viniera de la fragua de Hefesto, de tan calentorro que está. No quiero ni imaginar la tortura de los que deban estudiar ahora para los exámenes de junio o julio. Sin embargo, a veces, gracias a un refresco, una repentina ráfaga de aire o un paseo vespertino por el Retiro, uno encuentra el camino a un oasis de paz física y mental. Vaya, que pese al calor sigo cavilando y curioseando, como siempre.

Una reflexión que revolotea por mi cabeza en estos últimos días (o, más bien, en este último mes) trata sobre el cambio. O debería decir sobre los cambios, y más concretamente, sobre los que se han producido durante este último año, a pequeña y gran escala. Cuando nuestros padres los griegos empezaban a intentar dar una respuesta racional a las preguntas de la filosofía, Heráclito dijo "πάντα ρει". Todo fluye, el fundamento de todo es el cambio. El cambio es lo único eterno. Muchos filósofos han discutido a lo largo del tiempo esta tesis, sin darse cuenta quizá (aunque sospecho que sí) de que, irónicamente, el cambio está inscrito en la misma naturaleza de la filosofía. La filosofía (como, en cierto modo, la ciencia)s e ha ido construyendo a base de propuestas y contrapropuestas de diferentes escuelas: Platón decía que A, y entonces su discípulo Aristóteles decía que B; tiempo después llegaba un seguidor de Platón que decía que A', y le contradecía un filósofo aristotélico estableciendo que B', y así per secula seculorum (pensemos en la dialéctica Hobbes/Rousseau o en Kant, que escribió contra algunas de las tesis de Hume después de haberle leído, o en Nietzsche, que negó toda la filosofía occidental). Las ideas cambian siempre, o sea, el cambio permanece. Es una bella contradicción entre la naturaleza de la filosofía y los pensadores que rechazaban el cambio como fundamento de todo.

El hecho es que últimamente ha habido muchos cambios (supongo que los habrá siempre, pero yo los he notado especialmente ahora). En octubre de 2010 empecé la universidad, que es en verdad el "otro mundo" del que te hablan los profesores cuando terminan el bachillerato. Se abrió un mundo nuevo: nueva clase, nuevos profesores, nuevas asignaturas, nuevos compañeros y amigos (y retomé contacto con algunos viejos y muy cercanos), que ahora parecen haber estado ahí siempre. Pero también quería hablar de cambios a mayor escala. A principios de año, cuando este blog comenzaba a dar sus primeros pasos, los pueblos árabes se levantaron siguiendo el ejemplo de los tunecinos: ciudadanos de Egipto, Libia, Siria, Yemen y otros muchos se alzaron reclamando el derecho a decidir sobre sus países y sus vidas en una revolución que aún hoy sigue su curso. Mientras Europa resolvía solucionar la crisis con medidas neoliberales, en España, donde hasta hace dos meses yo era incapaz de imaginar una verdadera movilización, los ciudadanos salieron a las plazas de cada ciudad a expresar su indignación. Sol se convirtió en el centro de un movimiento de cuyo nacimiento yo, no sin cierto orgullo y morbo de historiadora, fui testigo. Aún queda mucho por hacer, pero ya se ha dado el primer paso, hemos reaccionado. Vivimos tiempos de cambio (o en los que el cambio es posible).

Os dejo esta reflexión mientras me cuezo al calorcito madrileño, soñando despierta con mi (ya muy próximo) viaje a Berlín.

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