26 jun 2011

De arte

Hace unos meses me encontraba yo comiendo plácidamente con mi amigo el poeta en la universidad. Como ocurre frecuentemente, hablábamos de literatura (bueno, eso era antes de que llegara la primavera, cuando se le revolucionaron las hormonas. Desde entonces nuestras conversaciones pasaron a versar, en muchos casos, sobre mujeres, técnicas de seducción de mujeres, razones por las cuales las mujeres que considera bellas están con tíos feos, las mujeres como fuente de inspiración, etc. Y lo mismo aplicado a los hombres.), y de la literatura pasamos a hablar de arte en general. No recuerdo el grueso de la conversación, pero sí la interesante conclusión a la que llegamos. Para hacer arte hace falta mierda (no literalmente... O quizás sí, en algún caso). No hay arte si no ha habido algo de mierda en tu vida. Si has sido siempre feliz, si nunca te has sentido desgraciado, atormentado o desesperado por la falta de sentido de la vida, si nunca has tenido problemas... No habrá arte. Quizás esto sea un poco radical, pero en la mayoría de los casos (que se me han ocurrido) se cumple (aunque seguro que habrá alguna excepción).

Ahí tenemos a Charles Bukowski (cuya novela La senda del perdedor estoy leyendo. Bastante recomendable), que pasó su infancia y parte de su adolescencia recibiendo palizas de su padre, que estaba en paro y que para no ser criticado por los vecinos cogía el coche todas las mañanas, pretendiendo que se iba a trabajar. Eran los años de la Depresión, y Bukowski tenía la cara, la espalda y el pecho llenos de horribles granos. Catulo vio como su Lesbia, a la que tanto amaba, se acostaba con media Roma. Machado vio morir a su amada Leonor, y años después vio la miseria y la muerte en la guerra, y los sueños de la República truncados; una de las dos Españas le heló el corazón. Beethoven se quedó sordo, y su amor por cierta viuda nunca pudo ser revelado. Dalí tuvo una madre sobreprotectora que le hizo convertirse en un perfecto inútil en cuestiones prácticas. Goya vio la devastación y el desastre que supuso la Guerra de la Independencia. Tolkien perdió a la mitad de sus amigos en las trincheras, durante la Gran Guerra. Mozart murió hundido en deudas, y en un momento en que su música apenas tenía reconocimiento. Estos son solo algunos ejemplos; me da rabia que no se me ocurra ninguno femenino.

Para crear hace falta mierda. Sin embargo, la ecuación no se cumple al revés: mierda en tu vida no implica que te conviertas en un artista. Si no, yo escribiría más y mejor, y compondría (algo).

22 jun 2011

Commutationes

El calor estival de Madrid no es de ayuda a la inspiración, sino más bien al contrario. Uno tiene la sensación de que se le derriten las neuronas y de que el cerebro se le cae a trozos. Ni la noche te da descanso, y cuando corre el aire, parece que este viniera de la fragua de Hefesto, de tan calentorro que está. No quiero ni imaginar la tortura de los que deban estudiar ahora para los exámenes de junio o julio. Sin embargo, a veces, gracias a un refresco, una repentina ráfaga de aire o un paseo vespertino por el Retiro, uno encuentra el camino a un oasis de paz física y mental. Vaya, que pese al calor sigo cavilando y curioseando, como siempre.

Una reflexión que revolotea por mi cabeza en estos últimos días (o, más bien, en este último mes) trata sobre el cambio. O debería decir sobre los cambios, y más concretamente, sobre los que se han producido durante este último año, a pequeña y gran escala. Cuando nuestros padres los griegos empezaban a intentar dar una respuesta racional a las preguntas de la filosofía, Heráclito dijo "πάντα ρει". Todo fluye, el fundamento de todo es el cambio. El cambio es lo único eterno. Muchos filósofos han discutido a lo largo del tiempo esta tesis, sin darse cuenta quizá (aunque sospecho que sí) de que, irónicamente, el cambio está inscrito en la misma naturaleza de la filosofía. La filosofía (como, en cierto modo, la ciencia)s e ha ido construyendo a base de propuestas y contrapropuestas de diferentes escuelas: Platón decía que A, y entonces su discípulo Aristóteles decía que B; tiempo después llegaba un seguidor de Platón que decía que A', y le contradecía un filósofo aristotélico estableciendo que B', y así per secula seculorum (pensemos en la dialéctica Hobbes/Rousseau o en Kant, que escribió contra algunas de las tesis de Hume después de haberle leído, o en Nietzsche, que negó toda la filosofía occidental). Las ideas cambian siempre, o sea, el cambio permanece. Es una bella contradicción entre la naturaleza de la filosofía y los pensadores que rechazaban el cambio como fundamento de todo.

El hecho es que últimamente ha habido muchos cambios (supongo que los habrá siempre, pero yo los he notado especialmente ahora). En octubre de 2010 empecé la universidad, que es en verdad el "otro mundo" del que te hablan los profesores cuando terminan el bachillerato. Se abrió un mundo nuevo: nueva clase, nuevos profesores, nuevas asignaturas, nuevos compañeros y amigos (y retomé contacto con algunos viejos y muy cercanos), que ahora parecen haber estado ahí siempre. Pero también quería hablar de cambios a mayor escala. A principios de año, cuando este blog comenzaba a dar sus primeros pasos, los pueblos árabes se levantaron siguiendo el ejemplo de los tunecinos: ciudadanos de Egipto, Libia, Siria, Yemen y otros muchos se alzaron reclamando el derecho a decidir sobre sus países y sus vidas en una revolución que aún hoy sigue su curso. Mientras Europa resolvía solucionar la crisis con medidas neoliberales, en España, donde hasta hace dos meses yo era incapaz de imaginar una verdadera movilización, los ciudadanos salieron a las plazas de cada ciudad a expresar su indignación. Sol se convirtió en el centro de un movimiento de cuyo nacimiento yo, no sin cierto orgullo y morbo de historiadora, fui testigo. Aún queda mucho por hacer, pero ya se ha dado el primer paso, hemos reaccionado. Vivimos tiempos de cambio (o en los que el cambio es posible).

Os dejo esta reflexión mientras me cuezo al calorcito madrileño, soñando despierta con mi (ya muy próximo) viaje a Berlín.

12 jun 2011

Quien lo probó lo sabe

Lope de Vega es uno de los ídolos literarios de mi amigo el poeta. Estudia su métrica, su forma de usar las figuras literarias, le pierden sus sonetos. Recita a menudo el siguiente poema del Fénix de los ingenios, arguyendo que es una muy buena definición de esa colección de sentimientos que los seres humanos llamamos comúnmente amor (a la altura y en la línea, aunque diferente, de la que hace Catulo en el poema que da título a este rincón). Y tiene más razón que un santo.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,
olvidar el provecho, amar el daño;

creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.